jueves, 3 de junio de 2010

Silvia Tomasa Rivera / Poemas de este lado

Ventanas
Xalapa, México, 2012
Foto de Triunfo Arciniegas
Silvia Tomasa Rivera
POEMAS DE ESTE LADO


El camino al puente que se quiebra
está libre de huellas.
Pareciera que es un cruel destino
buscar la tierra
que nadie prometió.
Baja la lluvia torrencial
como un desahogo de la naturaleza
lavando la conciencia amarga
que ahora reverdece
de este lado, sin sol
en el más puro espíritu terrestre.
Estamos vivos, hombre, como una cola de alacrán,
mazacuate venido de muy lejos,
lengua de mar en el sabor caliente de la tierra.
Sembradío anegado una y otra vez
acá, en el olvido, de este lado del monte
que arrasa la tormenta.
A prueba de humedad
no hay nadie que sucumba
a no ser el peligro inminente
de un atajo de espadas en la sombra.
Aquí, el bohío, con cuatro quemadores en el techo
arde en razón.
Pero ellos se hinchan en su fe.
Ponen a hervir en una tina de microbios
el conejo sellado con la piedra.
Nadie les dio la voz
aprendieron a habitar el silencio
masticando palabras y saliva
con la sabiduría del que no espera
el cargamento diario de noticias.
Están solos en su ejido poblado
de zarza y carnisuelo.
El chapoleo no basta. No conocen las espigas doradas,
es mentira. Como otro su motivo.
Lo saben: las balas son más rápidas
que un brillo de liebre.
Por eso el hombre -a veces- no se mueve.
Sólo observa
gato montés
con un rayo de luna en el machete.
Te irás, mi niño, pero vendrás
cuando seas hombre y aprendas
que la resequedad puede evitarse.
Que hay campos donde llueve todo el día
con las plantas de riego inundando las brechas.
Cuando regreses, no habrá sequía
ni zarza en el camino;
será libre este campo,
te lo dice tu padre que lo sabe.
Pero te irás ahora.
Porque en la madrugada
-está anunciado-
una Punta de halcones devorará tu nombre.
para Alma Mireles
Ella lo vio desnudo sobre el agua,
no pudo más, dio media vuelta
pero sus ojos quemaban como piedras
bajo los pies oscuros.
Ella rompió esa noche el cántaro del sueño
y bajó al río, donde él la esperaba
sin palabras.
Son dos -ahora sumergidos-,
en la fuente dorada de la vida.


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