domingo, 27 de abril de 2014

Padres e hijos / Las duras experiencias de los escritores famosos

James Joyce
Padres de la literatura: 

las duras experiencias de los escritores famosos 
como padres e hijos


No todos tuvieron buenas relaciones con sus padres y a no pocos el destino les trajo hijos con terribles problemas. Unos huyeron de tales circunstancias y otros, por exorcismo, las usaron como temas de sus libros
Por Enrique Sánchez Hernani
El Comercio, 20 de junio de 2010
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Pablo Neruda, Franz Kafka y Paul Auster

    La paternidad de James Joyce, mucho antes de que fuese tenido como un genio, estuvo severamente afectada no solo por la pobreza y su afición por la bebida. En 1907, en un hospital para mendigos en Trieste, Italia, había nacido su hija Lucía, enfermiza y con un grave estrabismo. Ya una jovencita, en París, quiso dedicarse a la danza estudiando con el hermano de Isadora Duncan, Raymond, pero Joyce se lo prohibió. Intentó con el ballet pero no pudo.
    Cuando tras publicar el “Ulises”, la casa de los Joyce se convirtió en hospedaje de todo tipo de bohemios, Lucía se enredó consecutivamente con tres hombres, que la rechazaron. Uno fue Samuel Beckett. Su autoestima empeoró, quiso corregir su estrabismo pero la cirugía no dio resultado. En el cumpleaños 50 del escritor, Lucía hizo crisis y le arrojó una silla a su madre. Tenía 25 años. Desde entonces no pararía de ingresar a los hospitales. El diagnóstico: maníaco-depresiva para unos, depresiva para otros y algunos creían que solo era neurótica.
    Hasta su muerte, a los 75 años, Lucía vivió en medio de internamientos prolongados. Las veces que visitaba la casa, esta se convertía en un lugar insoportable. La madre y su hermano la aborrecían. Pero James Joyce terminó tolerándola con resignación paternal. Sus amigos aseguran que este tecleaba su novela “Finnegans Wake” mientras ella, en silencio, revoloteaba por el cuarto bailando. Algo de amor había en Joyce que le impidió rechazarla.
    COMPASIÓN JAPONESA

    El escritor japonés Kenzaburo Oé tuvo una cisura en su vida con su primer hijo, Hikari, que nació con hidrocefalia y condenado al autismo. Profundamente conmovido por su minusvalía, la expuso en su novela “Una cuestión personal”, en la que relata el descenso a los abismos de un padre con un hijo enfermo. Hikari, luego, también aparecería en otros tres de sus libros. Tal cosa no era gratuita. Apenas nacido Hikari, Oé y su mujer pretendieron abandonarlo. Pero la asistencia a una ceremonia en conmemoración de los muertos de Hiroshima y Nagasaki los hizo reflexionar. El futuro, de alguna manera, reconfortaría su compasión. Hikari tenía una memoria prodigiosa y la ejercía en la música. Sorprendentemente, se convirtió en un compositor de música de cámara de cierto éxito. Para el cumpleaños 70 del escritor, en el 2005, Hikari le compuso una pieza musical. “Algunos de sus discos venden más que mis libros”, bromeó en esa ocasión.
    HUIR HACIA ADELANTE

    Algo distinto pasó con Pablo Neruda. En 1934, tuvo una hija con la holandesa María Antonieta Hagenaar, en Madrid. Malva Marina, la niña, nació frágil y con hidrocefalia. Como eran de temperamentos distintos, la pareja no marchaba bien. El nacimiento de Malva Marina terminó de distanciarlos. Entonces Neruda se olvidó de su hija. Tampoco hay ningún poema suyo que la mencione. El poeta luego se enamoró de Delia del Carril y huyó de las dos. Maruca, como apodaba Neruda a Hagenaar, tenía que reclamarle los 100 dólares que el poeta le pasaba mensualmente. La niña murió a los 8 años.
    Otros escritores, también padres de niños enfermos, vieron la oportunidad para aliviarse escribiendo sobre ellos. Así lo ha hecho el estadounidense Michael Greenberg, que, en su libro “Hacia el amanecer”, habla de la enfermedad mental de su hija. El libro fue un éxito. El galo Jean-Louis Fournier, padre de dos niños con retardo, ha ido más allá. En su libro “¿Adónde vamos, papá?” hace humor. Él ha explicado esto así: “Me burlo de mis hijos como Cyrano se reía de su propia nariz”.
    PADRES SEVEROS

    Otro tema son los padres de los escritores. El más célebre es el padre de Franz Kafka, cuya “Carta al padre” ha merecido innumerables estudios literarios y psicoanalíticos.
    Allí el autor de “La metamorfosis” lo llena de reproches y le hace notar que la educación que recibió no fue la mejor. Pero otros que lo conocieron, como Frantisek Xaver Basic, ex empleado del padre del escritor, dijo en un libro que este no era un déspota. Pero la leyenda (o fue la realidad) ha quedado.
    Otros no la pasaron tan mal, a pesar de que también confrontaron ciertas penurias. Philip Roth en su libro “Patrimonio, una historia verdadera”, relata los últimos años al lado de su padre, viudo, con 86 años, y que tras ser dueño de un gran encanto y un genio firme, es abatido por un tumor.
    Philip Roth, que había permanecido lejos de este en su madurez, tiene que sostenerlo, y su amor da paso a la ansiedad y el miedo a la muerte.
    Los escritores Raymond Carver y Paul Auster tampoco impugnaron la figura paterna. El primero publicó un breve relato, “La vida de mi padre”, hecho con una gran ternura y en el que lo recuerda de buena manera. Auster hizo lo propio en su novela “La invención de la soledad”. Allí nace como escritor, pues a la biografía paterna le añade el enigma de un antiguo asesinato.


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