martes, 23 de diciembre de 2014

Javier Marías / Mi padre, el filósofo

Julian Marías (de pie) y Javier Marías
JAVIER MARÍAS
MI PADRE, EL FILÓSOFO


Con motivo de la concesión a Don Julián Marías del premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades

Al pedirme ABC que escriba sobre el lado humano de mi padre, me vino de sopetón esta frase que yo espetaba ya con tres o cuatro años, cuando en el colegio me preguntaban qué era mi padre. Lo decía henchido de orgullo como un pavo y lo prefería, instintivamente, a la opción descafeinada, que él mismo me había brindado: "Dí, si no, que soy escritor". Sabía que eso no era cosa corriente, sabía que mi padre no era corriente y comenzaba a vislumbrar que, teniendo sus ventajas, no iba a ser tan fácil ser hijo de un padre que no conducía, que no nadaba, que no se compraría una televisión, que viajaba constantemente al extranjero; que no tenía sueldo, que no iba a la oficina, que estaba en contra de Franco, que no castigaba a sus hijos, pero que no compraba bicicletas por las buenas notas, que era capaz de dejar resbalar su mirada por encima de unas cuantas matrículas de honor para conceder un "no está mal; podría estar mejor". Un padre que no me iba a reír las gracias, que no se iba a dejar influir por sus hijos -gran peligro de la clase intelectual- como no se dejaba influir por apenas ningún agente externo, se tratase de la filosofía o de la política de moda, o de las idolatrías de las generaciones más jóvenes (durante años creí que de lo único que había convencido a mi padre en mi vida era de que cambiara de marca de vino, y ahora dudo de hasta de eso). Un padre que no me iba a dejar, mejor dicho, me iba a obligar "a hacer lo que me diera la gana", que no iba a darme pretextos para eludir mi propio destino o mi propia vocación. Que ni siquiera iba a poner cara de espanto si le salía ¡un hijo flautista! Ante tan cruda coyuntura tan sólo me dijo, "si lo llegas a hacer muy bien hasta con la cosa más rara -¡vaya si él lo sabía!- conseguirás ganarte la vida: lo malo es si lo haces sólo regular".
Y es que uno de sus rasgos es su impermeabilidad, su asombrosa capacidad de resistencia. Sin ella sería incomprensible su trayectoria. Mi madre -su gran complementaria, en sentido noventayochista- solía hablar de su "epidermis de elefante", gracias a la cual ha logrado sobrevivir sin que ninguna de las dos Españas le helara el corazón, sin perder la alegría, el optimismo y hasta, una inexplicable dosis de ingenuidad. Lo que para cualquier humano habría sido insoportable no ha logrado restarle un minuto de alegría. Con qué santa paciencia, con qué elegancia, ha sobrellevado el pasar en veinticuatro horas de ser considerado -a menudo por los que habían cambiado la camisa azul por la camisa roja, el brazo en alto por el puño cerrado- como un izquierdista peligroso a ser tratado como un señor de derechas trasnochado, mientras él seguía imperturbable su faena adelante, sin enmendarse y sin mirarse la ropa, como los buenos toreros.
A finales del franquismo un crítico sevillano comparó el valor de mi padre a la hora de decir lo que entonces nadie se atrevía a decir, con el de Juan Belmonte cuando agarró a un toro de Miura el cuerno por la mazorca. A él le gustó la comparación, y es que, al margen de otras virtudes, es -rara avisen la clase intelectual- un hombre extremadamente valiente, que considera "una cierta dosis de valor" condición imprescindible para vivir con dignidad. Con 80 años, al volver de un domingo de misa, un navajero intentó robarle la cartera. Ni que decir tiene que no se la robó; el ratero debe de acordarse aún de tan bravío anciano. Contadas veces he visto a mi padre enfermo -su capacidad para no acatarrarse cuando toda la familia moquea es irritante-; jamás cansado; nunca agobiado por el trabajo ni apresurado por el ritmo de vida -es tan ordenado en el tiempo como desordenado en el espacio-; rara vez desanimado, no digamos deprimido.
No se piense, a raíz de lo dicho, en un "superhombre", rígido ni obsesivo; menos aún en un intelectual engolado ni arrogante. Sí en un hombre infatigable y tenaz hasta la testarudez que hace honor a su sangre aragonesa. Ha sido mi padre siempre hombre cordial, fiel hasta la muerte, a sus principios, a sus ideas, a sus maestros -su fidelidad y respeto hacia Ortega creo que es algo único en la historia cultural española- y a sus muchos y excelentes amigos.
Es mi padre un hombre sencillo que gusta de la comida llana -churros para el desayuno, cocido madrileño, berenjenas rebozadas, bacalao, chocolate oscuro, son sus obsesiones gastronómicas-, un ciudadano del mundo sin nada de cosmopolita, un europeo de España para el que, como para Ortega, "la gran delicia es rodar por los caminitos de Castilla". Es también un filósofo con los pies en el suelo, carente de la menor sombra de pedantería, que se pirra por el cine, que tiene más orgullo como fotógrafo que como pensador, al que entusiasma la poesía, la novela, las novelas policíacas -¡Simenon!-, que no se pierde un museo o una iglesia, que lee infatigablemente por el mero placer de leer, con su ojo único de clarividencia ciclópea, hundido durante horas en su sillón de orejas. Es un hombre al que le interesan muy poco las cosas y mucho las personas: sus amigos y sus muchas y espléndidas amigas -la tertulia de los domingos, las largas caminatas sorianas o toledanas han sido los principales escenarios de su vida de gran conversador-. Un hombre que no ha regateado el tiempo para degustar el pulso de la vida; para salvaguardar lo más valioso de ella, la intimidad; para vivir una vida irrenunciablemente humana. Decía Ortega que "la filosofía no sirve para nada... solamente para vivir". La filosofía de Marías -la filosofía de la razón vital- le ha servido para vivir una vida que es, en cierto modo, su gran obra de arte.
Su gran premio, infinitamente más valioso para él que aquellos "oficiales", que recibe con tanta gratitud como escepticismo, sin hacer memoria de cuán esquivos se le mostraron, es la creencia de que su pensamiento puede orientar a otras vidas -individuales y colectivas- para que lleguen a ser plenamente eso: vidas humanas.

Javier Marías
Publicado en ABC, 4 de mayo 1996
http://www.javiermarias.es/PAGINASDEVARIOS/julianporjavier.html





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