martes, 13 de enero de 2015

Cuba / Literatura y revolución

Guillermo Cabrera Infante y Marlon Brando en La Habana
Cuba, literatura y revolución

La Revolución Cubana y, sobre todo, su rápida radicalización comunista, produjo una fractura del espacio literario cubano


La Revolución Cubana y, sobre todo, su rápida radicalización comunista, produjo una fractura del espacio literario cubano, que persiste hasta hoy. En más de medio siglo, cuatro generaciones de escritores cubanos, de probada calidad, se han afincado en diversas ciudades de Estados Unidos, Europa y América Latina. Desde Gastón Baquero hasta los más jóvenes poetas cubanos, residentes en Madrid o Nueva York, Barcelona o Ciudad de México, Miami o París, el exilio literario cubano ha crecido a la par de la literatura producida en la isla. A diferencia de lo que sucedía en las primeras décadas de la Revolución, cuando predominaba la polarización ideológica y la discordancia estética, hoy las literaturas de la isla y la diáspora se parecen cada vez más y, sin embargo, siguen divididas políticamente. Esa división sería saludable, si no contribuyera con tanta persistencia a la invisibilidad de una u otra frontera del mismo campo intelectual. La circulación editorial de esas literaturas sigue siendo muy precaria, a pesar de la globalización. La historia de la literatura cubana de 1959 en adelante no puede narrarse sin el legado cada vez más tangible de la narrativa, la poesía y el ensayo escritos fuera de la isla.

Las obras de la isla y la diáspora se parecen cada vez más, aunque sigan divididas políticamente
El nexo representacional entre literatura y Revolución, en Cuba, se basa en una paradoja advertida, tempranamente, por algunos críticos, como José Rodríguez Feo y Seymour Menton, y es que la mejor literatura cubana del último medio siglo elude o capta el periodo revolucionario en sus orígenes o en su decadencia, no en su apogeo, durante los años 60 y 70. Las grandes novelas y cuentos de Alejo CarpentierJosé Lezama LimaVirgilio PiñeraGuillermo Cabrera Infante, Severo Sarduy o Antonio Benítez Rojo están más endeudados simbólicamente con el periodo republicano, anterior a 1959. Narradores de los 60 y 70, como Reinaldo Arenas, Guillermo Rosales y Jesús Díaz, sí llegaron a colocar a la Revolución en el centro de sus ficciones, unas veces para ilustrar su aspecto monstruoso o perverso, y otras, para documentar el naufragio de la utopía.


Los narradores de las últimas décadas, entre la generación, digamos, de Leonardo Padura, y la de Jorge Enrique Lage, han preferido dialogar con el periodo posterior, es decir, con lo revolucionario como antiguo régimen. Tal vez sea en la poesía, donde podría encontrarse una interpelación más directa del momento en que la subjetividad propiamente revolucionaria comienza a vivir una mutación civil, entre los años 80 y 90. Pienso en poetas como Raúl Hernández Novás, Reina María Rodríguez, Omar Pérez y los escritores asociados a la revista Diáspora(s), que acreditaron esa mutación y, en algunos casos, introdujeron poéticas cosmopolitas en el primer tramo post-revolucionario. Poetas y ensayistas de los 90, como Rolando Sánchez Mejías, Iván de la Nuez y Antonio José Ponte, adelantaron la estética transnacional y distópica que predomina, hoy, entre los más jóvenes escritores cubanos, de la isla o del exilio.
Rafael Rojas es cubano y autor de La vanguardia peregrina, que trata sobre los exilios literarios cubanos de los 60.



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