sábado, 3 de octubre de 2015

Margarita Rosa / Lo erótico

Margarita Rosa
Margarita Rosa de Francisco
Lo erótico



En el sexo está planteado el impenetrable misterio del principio y fin de la vida. Hay erotismo en todo aquello que nos hace sentir vivos y morir de gozo.
8:10 p.m. | 19 de agosto de 2015


El erotismo siempre será un tema intrigante e inagotable como el deseo mismo. Aunque como experiencia es supremamente versátil y sujeta a los laberintos de la psiquis, su relación con la sexualidad es evidente. El solo hecho de que seamos producto de al menos un orgasmo (no siempre la mujer tiene esa suerte) establece una relación intensa entre lo sublime de la existencia y la consiguiente condena fatal que supone haber nacido. Quizá por eso el sexo nos escandaliza, nos encanta, nos asquea, nos asusta, nos obsesiona. En él está planteado el impenetrable misterio del principio y fin de la vida, y de alguna forma está presente en todo lo que la raza humana produce. Hay erotismo en todo aquello que nos hace sentir vivos y morir de gozo.

Sin embargo, nuestra historia de tabúes libra permanentemente una batalla confusa entre lo sagrado del acto que concreta la gestación de la vida y su representación simbólica mediante el erotismo. Al parecer, urge imponer un límite de decencia a todo el fenómeno, pero, sobre todo, castigar el terrible grado de placer con el que viene coronado.

La necesidad trascendental que tienen los seres de perpetuarse reconoce, en el caso del ser humano, a la muerte esperando al final de la jornada, cobrando el alto precio de su éxtasis. Bien se diría que la conciencia del sexo viene con culpa incluida y nuestro inconsciente la expía a través de infinitas sublimaciones y fetiches.

No es extraño que los propulsores más potentes del juego erótico tengan que ver con lo oculto, lo proclive a ser prohibido y lo imposible de descifrar. El erotismo jamás dejará de recrear el fascinante enigma primigenio y su poder sobre el deseo radicará en que nunca pueda ser resuelto.

Lo que percibimos como sexy es brutalmente atrayente e irresistible. De alguna laboriosa manera nos remite al punto donde explota y se desvanece la chispa de nuestra naturaleza más profunda. Puede ser esa la explicación para que tal factor mueva el mundo desde su raíz y sea utilizado de mil formas para vender, provocar e impactar.

El solo acto de crear es erótico de por sí, y de ahí que el arte sea inconcebible sin su pulso. Pero la lista de cosas eróticas y antieróticas varía de una persona a otra. Yo tengo mi propio catálogo y me despido con tres ejemplos bien prosaicos: la cantaleta es antierótica. La sombra y la elegancia, siempre sexis. Por siempre eróticas.

EL TIEMPO







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