martes, 2 de febrero de 2016

Margarita Rosa / Dejar y ser dejado









Margarita Rosa de Francisco


Dejar y ser dejado

El que se retira de una relación, así sea de la forma más cobarde 
y en el peor momento, tiene no solo el derecho sino el deber 
de quedar bien emocionalmente con él mismo, primero que con nadie.


Es probable que la escena de la ruptura de una relación se diseñe en un departamento muy inconsciente de la mente de los implicados, más pronto de lo que uno se imagina. Desde que se inicia el cortejo, esos dos “artistas” solapados, a espaldas de la consciencia, podrían estar asignando el papel que le va a tocar representar a cada uno en el posible drama final. Lógicamente, los egos no quieren saber nada de dinámicas tan sofisticadas, ni mucho menos adjudicarse responsabilidades. De esta cultura de telenovelas y canciones para la tusa, hemos aprendido que existen el victimario y la víctima. Esos valores tan esquemáticos no dan cabida a una mirada más analítica y profunda. Valdría la pena fijarse en cómo se confunden ambos al enredarse los hilos entre dos personas y cuántas señales de alerta se pasan por alto muy desde el principio, con esa terquedad casi insolente, con el fin de que los personajes que hemos inventado, y que no tienen nada que ver con la realidad pedida a gritos por la misma relación, se ajusten al melodrama inconsciente ya urdido, de modo que cuando el inevitable desenlace ocurra, nuestro victimario aparezca como el más incoherente y el más cruel del mundo, y la víctima saboree su ultraje con más delicia, y obtenga más placer de su dolor.



Yo he dejado y me han dejado. He hecho de mala y de buena. El libreto me ha salido perfecto con mis diferentes coprotagonistas. Los malos se fajaron unos grandiosos villanos, según mi punto de vista de abandonada, pero también cuando he “interpretado” yo a la rata de tres patas, según mis víctimas, mi ruindad ha sido tal que me he salvado hasta de que me maten.



Los duelos son nuestros mejores maestros cuando se hacen con valentía y superando la etapa de culpar al otro. Nadie tiene la obligación de acompañarlo a uno, y el que se retira de una relación, así sea de la forma más cobarde y en el peor momento (¡es que nunca habrá un momento oportuno para romper!), tiene no solo el derecho sino el deber de quedar bien emocionalmente con él mismo, primero que con nadie. A todos nos corresponde vérnoslas con nuestra soledad y cuestionar nuestra adicción a las personas. Nadie tiene el deber de completarnos. Comprender esto no nos evita el sufrimiento, pero sí lo independiza de cualquier tentación de cargar al otro con nuestro odio e íntima incapacidad para ser genuinamente felices.



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