martes, 2 de febrero de 2016

Margarita Rosa / Desnudas para un lente

Margarita Rosa
Desnuda en Soho



Margarita Rosa de Francisco



Desnudas para un lente

Quitarse la ropa para someterse a la mirada morbosa 
de los demás es siempre un gesto desafiante.






Me he desnudado públicamente ante una cámara por diversas razones, algunas no muy dignas y con un mensaje oculto en la base que me costó mucho confesarle al espejo. Como actriz, considero que hay desnudeces que ayudan a describir el contenido sicológico de un personaje; cuando sucede de forma orgánica, el cuerpo pasa incluso a segundo plano. También alguna vez me desnudé privadamente en fotos y videos que yo misma capturé, como tantas mujeres que se arriesgan a jugar de esta manera con el más básico de todos sus poderes, para impactar así mismo lo más básico e irreprochable de un hombre. Ese arrojo, aunque nada recomendable por estos días, tiene una justificación elocuente; qué más que querer seducir a la persona ardientemente deseada, parodiando el mito de una sexi luminaria eternizada en imágenes. La justificación (como si hubiera que justificar por qué nos desnudamos las mujeres) empieza a embolatarse cuando la mujer se desviste para un medio donde el único objetivo es vender, y en el que su cuerpo sin más, expuesto a miles de ojos ajenos, es el anzuelo. Interesante reflexionar sobre lo que realmente nos ocurre a las mujeres que nos hemos prestado para esto, tentadas hasta el punto de ni siquiera cobrar por hacerlo (al menos no en mi caso).

Quitarse la ropa para someterse a la mirada morbosa de los demás es siempre un gesto desafiante por parte de la mujer, que contradice a su vez el anhelo de ser admirada por causas más profundas. Aunque insistamos en llenar la respuesta a la pregunta que siempre sobreviene de “por qué decidió desnudarse” con el argumento cliché de “porque son fotos artísticas y muy profesionales”, la realidad detrás de todas las vanidosas que vivimos nuestro cuerpo como un trofeo es que con eso acudimos al recurso más fácil y eficaz, para probarle al mundo (o sea, a nosotras mismas) que somos capaces de provocar deseo, y con más afán, las mujeres asustadas por la madurez. A la psiquis de la mujer que quiere validar su caudal erótico, más que poseer el cuerpo del otro, le satisface generar una fantasía, y disfrutará ferozmente al ser espectadora de su atrevimiento a través de ese lente libertario que, en todos los casos, parece confirmar la potencia de su arma más primitiva. Ustedes, mujeres que quieren probar su ‘deseabilidad’, ir tan lejos es innecesario, pero entiendo que les resulte irresistible.





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