martes, 12 de julio de 2016

Augusto Monterroso / Guatemala nunca ha dejado de ser parte de mi vida




Augusto Monterroso 

Biografía
«Guatemala nunca ha dejado de ser parte de mi vida»

Por Francisco Alejandro Méndez
    
En 1991, tuve la oportunidad de visitar México, país que ha brindado cobijo a exiliados y refugiados de todo el mundo, especialmente, debido a su vecindad, a guatemaltecos. En esa ocasión, en el mes de octubre, entrevisté a algunos escritores nacionales radicados en eses país, entre ellos Luis Cardoza y Aragón, Augusto Monterroso, Marco Antonio Flores, Marió René Matute, José Luis Perdomo, Otoniel Martínez, Carlos Solórzano y Julia Esquivel.
Con cada uno sostuve conversaciones sobre su vida y trabajo en México. En esta ocasión, haré remembranza de la conversación que sostuve con Monterroso, uno de los más grandes escritores vivos que tiene Guatemala. Monterroso es mundialmente conocido, a pesar de que su producción literaria no posee más de 10 títulos; sus cuentos y fábulas han sido traducidos al alemán, finlandés, italiano, polaco y una docena de idiomas más.
Escritores de la talla de Gabriel García Márquez, Italo Calvino, Asimov, Carlos Fuentes, Roberto Fernández Sastre, José García Nieto, José Miguel Oviedo, Carlos Monsiváis, entre otros, han hecho elocuentes comentarios a la obra de Augusto Monterroso, que viven en México desde hace casi 50 años.



Viaje alrededor de Monterroso

Fue un viernes, cuatro de octubre de 1991. Caminé por la empedrada calle de Chimalistac, hasta que me detuve frente a una casa tipo colonial. Monterroso me recibió con su característica timidez y me ofreció un fresco de tamarindo. Me preguntó si era necesaria una grabadora, por lo que le expliqué que si le molestaba la guardaría dentro de mi mochila negra. Sonriendo me dijo que no, y me pidió que empezara con las preguntas. Cada vez que le lanzaba una interrogante, Monterroso se levantaba, silbaba alguna melodía clásica, tal vez Aída o Romeo y Julieta, volvía a la silla y me respondía.
Conversar con uno de los autores más importantes de ese siglo, es reconfortante, pero a la vez riesgoso. Esto último porque la talla de Augusto Monterroso es tan grande, que es difícil recabar todo lo que de él se ha escrito y publicado en libros revistas, periódicos y en la Internet para después no formularle una pregunta repetida o una que él ya haya respondido cientos de veces.
Guatemala es un país que aparece generalmente en la nota roja de los diarios de todos los países, pero las pocas veces que se le conoce como un país digno es cuando la literatura tiene que ver: no es para menos, Miguel Ángel Asturias, Luis Cardoza y Aragón y Augusto Monterroso son responsables de ello.
Su obra ha opacado lo despiadado que ha sido este país de apenas 108 mil kilómetros cuadrados, pero con más muertos y sacrificados que ningún otro en América Latina. Una sociedad convulsa y que apenas es un proyecto de Nación. Sin embargo, estos tres grandes maestros hacen olvidar por momentos lo terrible y lo oscuro de esa sociedad.
Monterroso es un autor que ha demostrado que la concisión y la economía expresiva son los recursos más poderosos de la literatura, pero también los rasgos que definen su sincera personalidad.
Cuando conversa con él: ese hombre bajito, con las mejillas sonrosadas, tiene la sencillez de un anónimo, pero la sabiduría de Sócrates. No solamente en su literatura, el humor y la ironía son elementos comunes, también en él se refleja ambas características.
Más de alguna vez ha dicho a un periodista que él (Tito Monterroso) prefiere hacer las preguntas porque seguramente estará más enterado de otras cosas.
Y como Monterroso es también un hombre de carne y hueso, pues tampoco está a salvo de los ladrones: en cierta ocasión, cuando estuve de visita en su casa, me contó que tres cacos habían entrado a asaltar la casa. Maniataron a todos, pero antes de hacerlo con él, el propio autor de innumerable obra, llamó a un teléfono de emergencia para avisar del robo. Cuando los ladrones se percataron de la denuncia huyeron de la casa. Para fortuna de él y de la literatura, ya que, por lo general, estos delincuentes matan a su víctima cuando se percatan de lo ocurrido. Afortunadamente este autor sobrevivió para contarlo.
«Yo me ocupo de las moscas», ha dicho, especialmente cuando realizó una antología de ese díptero: «Hay tres temas: el amor, la muerte y las moscas... yo me ocupo de estas últimas», expresó, en especial en su libro Movimiento Perpetuo, en el que en un juego satírico recorre numerosos pasajes de la historia de la literatura en que estos insectos aparecen.
Líneas antes se menciona del riesgo de escribir de este autor, ya que él ha dicho todo lo que tenía que decir y muy bien y publicado; otros también lo han hecho y en circunstancias bastantes felices.
Estos son algunos fragmentos de la conversación que tuvimos ese día, en que el autor de La oveja negra debía de partir hacia Estados Unidos, pero por esta entrevista retrasó el vuelo y me brindó la posibilidad de emprender un viaje alrededor de él mismo.
Quizá uno de los más grandes recuerdos fue que me mostrara su biblioteca y su colección de discos. Me hizo ver algo que para él era un tesoro, una carta de agradecimiento que Yoko Ono, recién le había enviado por el homenaje que Monterroso le hiciera a los 10 años de la muerte del genial John Lennon.



—Maestro Monterroso, ¿qué le dice a usted la palabra Guatemala?
Nunca he dejado de escuchar esa palabra ningún día de mi vida. No es que alguna vez la escuche y eso desate una serie de recuerdos. Guatemala está metida en mí, nunca ha dejado de ser parte de mi vida. Como le repito, no es que de pronto escuche y, como una Magdalena de Proust, me traiga una gran cantidad de recuerdos. Ahora, si usted quiere que le conteste más concretamente, le diré que siempre recuerdo mi juventud, mi adolescencia, los amigos de la Generación del 40. Con ellos empecé a aprender a escribir. Además, compartí esas mismas inquietudes y entusiasmos. Para mí ninguno ha dejado de estar presente. Vivo con ellos y ellos viven conmigo. Aunque algunos no piensen que así sea.
Yo jamás dejaré de recordarles y de quererlos, ya que esa etapa formativa de mi vida es de impresiones muy fuertes, que jamás se borrarán. Así es que no necesito escuchar la palabra Guatemala para recordar todo eso. Si tuviera que elaborar una lista de amigos, sería interminable, y quizá injusta para algunos. Ya que me da la oportunidad, quiero decir a mis amigos por este medio que siempre están conmigo y los llevo en el recuerdo.
—Trasladémonos a Guatemala, específicamente al cerro del Carmen, ¿le trae recuerdos ese lugar?
Claro que me trae recuerdos. Creo que para todo adolescente guatemalteco, el cerro del Carmen es un punto de referencia muy importante. Allí se empieza a escapar hacia la vida, a observar y a meditar. En el caso de los escritores, viajar al sueño. Además, es un lugar de importancia para mí: yo iba al cerrito casi todos los domingos. Por aquella época trabajaba en un lugar que me mantenía ocupado los siete días de la semana y tantas horas durante todos esos días. Siendo muy joven, mi refugio era el cerrito del Carmen, donde llegaba con cinco centavos de quetzal. Esa pequeña cantidad de dinero me servía para comprar una cantidad de cosas como un cigarro, un dulce o un atol. Tampoco tomo al cerrito como un recuerdo, sino que es parte intrínseca de mi vida.
—¿Dónde vivía en esos años de juventud?
En la 12 Avenida y Callejón del Conejo de la zona uno. No sé si todavía se llama así ese lugar. Todos los barrios de esa zona eran mis lugares de expansión los domingos por la tarde. Precisamente todos esos recuerdos los recopilé en Escritos de infancia y adolescencia. Trabajo en ellos, no para hacerlos simples recuerdos sentimentales, sino para darles una forma literaria que valga la pena. Todos tenemos esos recuerdos, lo difícil es convertirlos en literatura. Nunca quedo satisfecho a pesar de los cuatro o cinco años que les he dedicado. Hasta ahora no me gusta lo que he escrito. Lo rompo, lo vuelvo a hacer y así sucesivamente. Esto no es extraño, ya que así es mi sistema de trabajo.
—Tomó un tema que me interesa Dígame, ¿cómo es un día de trabajo para usted?
No tengo días muy estereotipados o rutinarios que se diga. Tampoco horarios ni disciplina diaria, sino que escribo como puedo. Por ejemplo, hoy está usted aquí, así que lo que iba a hacer a esta hora lo he pospuesto. Si en la tarde tengo que suspender lo que tenía previsto, igual sucede. Lo cierto es que no tengo un horario de trabajo. Lo anterior no quiere decir que esté atenido a la inspiración. Siempre procuro trabajar en las mañanas. Cuando son las ocho, probablemente ya he leído dos horas. Me despierto temprano, pero no me levanto sino que me pongo a leer. El inicio del día es el único espacio en el que estoy tranquilo. No suena el teléfono, no hay muchas actividades que hacer, sino solamente leer. De manera que cuando son las ocho de la mañana, yo ya he trabajado, aunque parezca mentira.
—¿Cómo son sus días de trabajo?
Cada uno de mis días transcurren diferentes. Trabajo en la Universidad. Además, procuro rescatar el tiempo que queda para mi trabajo literario, el cual puede ser en la mañana, en la tarde o en la noche. Hago lo que puedo. No tengo ni la situación económica ni las condiciones de vida que me permitan encerrarme todo el día. Una vez pensé que eso podría haber hecho, pero debido a mi forma de vivir, jamás tendré la disciplina para hacerlo.
—¿Escribe usted a mano, con máquina de escribir o está inmerso en el mundo de las computadoras?
Me quedo con las primeras dos, ya que lo hago con máquina de escribir eléctrica y a lápiz. Empiezo por colocar un papel en la máquina. Pero a la vez me apoyo en otra hoja de papel, en la cual escribo a mano. Es decir, cuando una frase no me resulta bien, la escribo primero a lápiz y enseguida me pongo a trabajarla. Hasta que está más o menos bien la tecleo. De las dos formas es como escribo.
—He sabido que una de sus pasiones es la música, ¿qué me dice de ello?
He llegado a pensar que la música me interesa más que la literatura. Le aclaro que prefiero escucharla, porque no pretendo crear música o interpretarla. Para mí es una afición muy fuerte y de todos los días. No podría vivir sin escuchar música de determinada forma o género, me agrada toda. Lo mismo me gusta una sinfonía que un son o un bolero. Cuando la música es buena, no necesariamente tiene que estar enmarcada en determinada forma. Una sinfonía puede ser buena o un bolero también.

El dinosaurio
escrito en la piel

—Maestro, ¿cómo está el dinosaurio?
Bueno, éste es un dinosaurio que está dando la vuelta al mundo y en ningún momento se está quieto. Mi cuento ha tenido una gran fortuna. Está traducido a muchos idiomas y he recibido bastantes comentarios sobre él. Mucha gente solamente me conoce por ese cuento y todos los demás míos al parecer, ya no les interesan. Creo que está bien, algo es algo.
—«Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí», ¿qué me dice del texto?
No me gusta explicarlo, más vale dejarlo para la imaginación de cada uno.
—¿Ha pensado en regresar a vivir alguna vez a Guatemala?
Sí, es una constante en mí.
—¿Lo piensa hacer?
Naturalmente que sí. Lo que pasa es que uno se va enredando inconteniblemente en los lugares en que vive. Yo, por ejemplo, me he casado acá, tengo hijas, familia, trabajo. Además, tengo muchas relaciones. Es difícil pensar en un regreso brusco, pero mi inclinación está dirigida hacia Guatemala. Siempre estoy pensando en el país y quisiera estar allá. Es un ideal constante, pero de una realización bastante difícil.
—¿Será porque Guatemala, en muchos aspectos no ha tenido verdadero cambio, o al menos el que usted deseaba?
En efecto. Me parece que desde que yo salí de Guatemala, la situación política y económica no se ha resuelto. Cada vez son más desposeídos. Creo que en lugar de avanzar se ha ido de retroceso. Recuerde que la minoría blanca está a cargo del poder y la mayoría indígena, que no tiene acceso a la tierra, a pesar de ser la propietaria legal, está en condiciones precarias.
—Cuénteme de su experiencia académica en México
Ingresé a la universidad de México hace 30 años. Allí he hecho todo. He sido corrector de pruebas. He dirigido revistas, he impartido clases de creación literaria y de literatura en general. He trabajado en filosofía, tengo a mi cargo talleres literarios, he enseñado El Quijote. Es muy vasto lo que he enseñado en la Universidad.
—¿Le daría algún consejo a los escritores jóvenes guatemaltecos?
Creo que dar consejos es muy difícil. He pensado mucho y no los doy. Yo creo que el escritor, a medida que va madurando, debe ir aprendiendo de los jóvenes. Uno nunca debe decir que ya sabe. Eso ha estado siempre contra mi modo de pensar.
—¿El escritor debe saber cómo se escribe?
Creo que el escritor nunca debe saber cómo se escribe. Eso es malo. El saber, casi en cualquier arte determina un anquilosamiento. Lo bello del arte es el experimento, la aventura, la búsqueda. Quizá por eso es que todos mis libros son diferentes. El segundo del tercero, el cuarto del tercero, todos son distintos. No tengo dos libros que se parezcan. Eso lo hago por un afán que tengo de experimentar y una forma de ver diferentes las cosas.
—Ocurre que cuando alguien escribe un libro, cree que allí está la culminación de su obra, ¿qué dice a eso?
Creo que a partir de que un libro se publica, el escritor debe dejarlo. Como le decía antes, no puedo dar consejos pero por el contrario me gustaría recibirlos de unos jóvenes, porque el joven quizá tengo problemas de expresión, seguridad y otras cosas. Pero le repito que eso es bueno para el escritor. Así que yo prefiero escuchar consejos de los jóvenes en lugar de dárselos.
—Bobbie Fischer decía que aprendía más de los ajedrecistas principiantes que de los consagrados...
Bueno, imagínese, él fue un campeón mundial y el ajedrez también es creación. No me siento en ninguna posición como para dar consejos. Creo que debe haber más intercambio, debería haber más contacto entre jóvenes, adultos y viejitos, pero lamentablemente eso no siempre ocurre. También eso lo he aprendido. Uno cuando es joven no quiere saber mucho, personalmente, de los mayores. Tal vez eso sea bueno ¿no cree? Uno se va haciendo escritor con la vida y con los propios problemas, frustraciones, trabajo y encuentros con determinadas personas. Todo eso es parte de la literatura. Ahora bien, creo que cada joven se aconseja a sí mismo, porque en cada joven puede haber dos, tres o cuatro que vivan su propia experiencia. Con su propio contacto lo pueden hacer. Cuando el escritor tiene contacto con los clásicos o con los guatemaltecos como Batres Montúfar. O con el más grande clásico latino o con Cervantes, es cuando vale su propia experiencia. Si uno compara lo que está haciendo a como lo hicieron ellos es muy probable que primero tenga un shock. Pero ese shock lo puede inducir a estudiar más y a abarcar más en el ámbito de la literatura. Esto le da la idea al escritor de que la literatura no es algo pequeño, sino algo verdaderamente inmenso. Hay tanto que navegar en ese inmenso océano de la literatura. Uno se da cuenta que no es nada, y que apenas puede llegar a una playita. Creo que es bueno estar pensando en que ha habido escritores muy grandes antes, y que uno está tratando de acercarse a ellos.
—¿Usted como escritor se siente satisfecho de lo que ha alcanzado?
Primero que nada le diré que quizá como escritor aún no he alcanzado lo que me propuse. Con esto no le estoy diciendo que estoy frustrado, lo que ocurre es que en la literatura nunca se hace lo que un verdaderamente desea.
—Aquí en México ¿tiene contacto con los escritores jóvenes?
Claro. En docencia y en talleres que tengo a mi cargo. Creo que algunos de los escritores jóvenes han sido discípulos míos, ya sea en la universidad o en los talleres. Incluso, tengo más contacto con ellos que con los escritores ya formados. Me interesa más estar cerca de las generaciones que empiezan a luchar.
—Quisiera saber de sus últimas publicaciones...
Mis libros son constantemente publicados, lo cual no quiere decir que sean muy vendidos. Creo que he tenido mucha suerte en eso porque desde el primer libro hasta el último, se han reeditado siempre. Hace algunos años empezaron a publicarse en España, en varias editoriales como Alianza Editorial, Cátedra, Seix Barral, Anagrama y otras. Como le repito: creo que es puramente suerte. También hay libros míos traducidos en Italia, Alemania, Polonia, pero a esto último quizá no le doy tanta importancia porque no sé ni quién me está leyendo. A mí me gusta saber que me esté leyendo el vecino o la gente de carne y hueso. Esos que están muy lejos no significan mayor cosa. Por eso es que me gustaría mucho que en Guatemala se conocieran mis libros. Le diré sinceramente que es un anhelo que siempre he tenido. Me parece que en mi país es donde debería yo tener más lectores. Todo lo que eso podría significar, a mí me haría muy feliz, porque es muy triste que en el país de uno sea donde menos se le conozca por cualesquiera que sean las circunstancias: lejanía aparente, o porque los libros no son accesibles. Pero, como le he dicho antes, a mí me interesa mucho mi país. Cuando recibo en mi casa un cuento traducido al finlandés o al polaco, es satisfactorio, pero no es ese el ideal constante que tengo, sino en los que están más cercanos a mí.
—Para finalizar, ¿qué le interesa más cuando está produciendo literatura?
Quizá una de mis prioridades es la de capturar al lector. Esto no quiere decir que necesariamente lo haga mi cómplice sino apoderarme totalmente de él, especialmente de su imaginación, y ojalá pudiera de sus sentimientos. Por eso creo que mi literatura posee algo que colinda con la imaginación.

 
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Francisco Alejandro Méndez Castañeda (Guatemala, 1964), narrador y periodista. Obtuvo el grado de licenciado en Periodismo por la Universidad de San Carlos de Guatemala. 

Ha obtenido los siguientes premios en periodismo y en literatura en su país: Segundo Lugar en el II Premio Tierra, excelencia periodística, categoría Escrita (1999); Mención Honorífica del Premio Anual de Periodismo Cultural Carlos Benjamín Paiz Ayala, género Entrevista (1997); Periodista del Año de suplementos, Prensa Libre, 1997; Premio Único de Cuento, Francisco Vittoria, Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado (1997); Premio Único del Premio Anual de Periodismo Cultura, Carlos Benjamín Paíz Ayala, género Entrevista (1994); Premio Único de Cuento, en el certamen de Santa Lucía Cotzumalguapa, a nivel de Centroamérica y México (1992).  

 Esta entrevista fue publicada originalmente en Arte y Literatura de Guatemala, una página que recopila obras de los mejores creadores guatemaltecos; agradecemos a Juan Carlos Escobedo Mendoza (M.A.), su creador, las gestiones realizadas para poder ofrecer este articulo a nuestros lectores y al autor del mismo su gentileza para con nuestra revista.






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