martes, 11 de octubre de 2016

Carlos Benjumea, un sueño gordo


Carlos Benjumea

Carlos Benjumea, un sueño gordo

Uno de los actores, directores y escritores más queridos de Colombia habló con la revista Bocas.


LINA MARÍA ÁLVAREZ
FOTOS POR JUAN MANUEL VARGAS
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 56 

4 de octubre de 2016

La idea le llegó como un flashazo en el momento en que vio a Fernando González Pacheco sin trabajo. Por esos días, el ícono de la televisión colombiana se había retirado por completo de la pantalla chica. ¿La razón? “La viejera y la tristeza”, dice Carlos “el Gordo“ Benjumea.
Quería, a través del guion de una comedia de aventuras, hacerle un favor a su amigo de tantos años: darle trabajo. Pero no fue posible. Pacheco murió y la historia, que se llama Solo para mayores, todavía espera convertirse en una comedia cinematográfica que narre las andanzas de cuatro pensionados maltratados.

Hoy, a sus 74 años y con su salud en vilo, “el Gordo” Benjumea comprende que el mayor riesgo que se corre es apoltronarse. “El que se sienta no se vuelve a parar”, asegura. Por eso todos los días escribe. A veces cine –como el argumento de su película inconclusa–, a veces obras de teatro y a veces poemas. Dice que le encanta el verso y que en repetidas ocasiones le es difícil despegárselo de la lengua. Le gusta crear comedias musicales, aunque no sabe tocar ni un solo instrumento. Ese es, quizás, su único sueño frustrado.

Siempre fue un hombre terco. El responsable de la mayoría de las canas de doña Amelia Guevara, su madre, quien tuvo cinco hijos más, pero ninguno tan rebelde como él. Corría el año de 1957, Carlos tenía catorce años y ya lo habían expulsado de varios colegios. Cuando dijo que quería ser actor, su mamá falsificó su partida de bautismo y le puso dieciocho años, la edad suficiente para prestar servicio militar –es así como explica por qué siempre le ponen años de más–. Pero a los quince, en contra de todos, se matriculó a escondidas en la Escuela Nacional de Arte Dramático, en Bogotá, donde compartió aula con Consuelo Luzardo y Gustavo Angarita. En vez de ir al colegio, se escapaba y tomaba un autobús para llegar a su cita con el destino. Destino que hoy, 58 años después, lo cataloga como uno de los actores más recordados de Colombia y uno de los primeros en debutar en el teatro, el cine, la televisión y el teleteatro a la vez.


Carlos 'el Gordo' Benjumea. Foto Archivo.

Hizo parte del elenco de la primera telenovela colombiana, El 0597 está ocupado, y asegura que al cine llegó por accidente. En 1979 protagonizó El taxista millonario, primer gran récord de taquilla del cine nacional –más de millón y medio de espectadores–, aunque para él resulte ser, sin más, una mala película: “Suena muy feo, pero yo pienso que las historias tienen que ser creíbles y esa no lo fue”.


Carlos, desde la actuación, ha sido fotógrafo, vendedor de carros, rey, mafioso, campesino, sacerdote, niño y hasta mujer. Después de dar el primer salto al escenario, nada le da pena, ni siquiera bailar en mallas o tutú rosado. Eso sí, asegura que después de encarnar cualquier papel, no le gusta ver el resultado. Se sonroja al pensar qué dirán los demás.
En 1981, junto a Jorge Ospina, Gustavo Cárdenas, Bernardo Romero y Pacheco, fundó Coestrellas, una programadora que le dio vida a muchos de los grandes éxitos de la televisión en los años ochenta: Sabariedades, Siga la pista, Ver para aprender y Señora Isabel.
Se estrenó como empresario en compañía de Pepe Sánchez y fundaron El Circo, uno de los primeros café conciertos en Bogotá. El negocio quedaba ubicado en las Torres del Parque y solo duró dos años por una “ley seca” que les secó el bolsillo y solo les dejó deudas.
Enamorado de la magia del teatro, el baile y el espectáculo, decidió llevárselo a la carrera 9 con calle 24 y abrir allí La Casa del Gordo, lugar que durante veinticinco años seguidos (con cambio de sede a la calle 90 con carrera 16) acogió a los capitalinos en un recinto lleno de talento y humor. Un proyecto familiar, donde estaban inmiscuidos su esposa, Liz Yamayusa, sus hijos y sus cuñadas, Mireya, Maru y Estela. “¡Un poquito más y hasta mi abuelita hubiera terminado trabajando!”, cuenta Luis Eduardo, o Lucho, uno de los hijos más consentidos del Gordo.
Lleva 39 años de casado con Liz. Tiene cinco hijos –Marcela, Ernesto, Paola, Álvaro y Luis Eduardo– y siete nietos. Dos de sus hijos son actores consagrados en la televisión y el resto están picados por el bicho del espectáculo.
Desde hace cuatro años, debido a una insuficiencia renal, el Gordo debe someterse a diálisis tres días a la semana. Cuando estaba radicado en Bogotá debía levantarse los lunes, martes y jueves a la 1:00 de la mañana para asistir a la Unidad Renal. Ahora, que vive en Girardot, lo hace en las noches: “De 10:00 p. m. a 2:00 a. m. debo ir a que me peguen una puñalada más”.
Asegura que jamás ve noticieros. Sabe que la vida es corta, pero lo suficientemente larga para no dejar de soñar.
¿De qué va Solo para mayores, el proyecto que lo pone a soñar y a su vez le quita el sueño?


Desde hace diez años vivo con una ilusión. Uno en el negocio de la actuación siempre anda de ilusión en ilusión, eso sí, pero esta es especial. Un día vi muy mal a Fernando González Pacheco porque no tenía trabajo y le dije: “No se preocupe hermano que en estos días escribimos una historia de viejos”. Por eso le pusimos Solo para mayores. Es la historia de cuatro pensionados maltratados, que se meten en un lío terrible porque deciden asaltar un banco. Más que robar el banco, quieren pegarle un susto a la gente. En el momento que entran al banco vestidos de policías, se dan cuenta de que ahí hay unos asaltantes de verdad que entraron un minuto antes y se arma la pelotera.

Es decir, ¿Solo para mayores es un homenaje a su amigo Pacheco?


Fernando y yo fuimos muy buenos amigos, los mejores. Fue un hombre que de ser la superestrella pasó al horario de las 5:30 a. m. haciendo una entrevista de cinco minutos. Y ahí, de cerca, pude ver cómo se bajoneó. Fernando al final estaba muy enfermo y a uno le daba muchísima tristeza. La idea me surgió cuando lo vi. Cuando le dije que los protagonistas eran cuatro viejos, me dijo: “Podemos ser Frank Ramírez, Franky Linero, tú y yo”. Y, ¡pum!, se murieron todos. Ya no quiero volver a pensar porque me siento jugando lotería con el destino.

Protagonista que escoge, protagonista que muere…

Viejo escogido, viejo ido. ¡Hasta Carlos Muñoz se fue! He pensado en mí, así que aspiro a no morirme.
¿Cómo es un día de su vida en Girardot?


Me vine para acá, a Girardot, a trabajar más duro de lo que estaba trabajando en Bogotá, porque paso cada uno de mis días escribiendo. Ahora mismo estoy en una obra de teatro, ¿Pa qué? No tengo ni idea, pero igual escribo. Mi idea es dejarle una a cada uno de mis hijos. Esto aquí es tranquilo, calmado y vivo muy feliz. Así se mueve mi vida, me levanto, desayuno y ya.


Carlos 'el Gordo' Benjumea. Foto por Juan Manuel Vargas.
Usted hizo parte de la primera telenovela que se emitió en el país, El 0597 está ocupado, ¿qué recuerda de esa experiencia?
Las primeras telenovelas que se emitieron en Colombia se hacían en vivo y se emitían semanalmente. La protagonista era Elisa de Montojo, una niña que contestaba al teléfono y ahí se daba la historia. Nosotros decíamos: “¿Y esto cómo funciona?”. Había gente que había hecho radionovela y más o menos tenía un poco de conocimiento de cómo se hacía; pero era distinto porque en la televisión tenías que quitar al narrador y ver todo el cuento. Era muy difícil toda la producción. Las cámaras de ahora son más pequeñas, en esa época era una cosa loca.

Una telenovela bajo el mismo esquema del teleteatro…
Eso era hermoso: teatro presentado en televisión. Tú te sentabas en el corredor y sabías que si te llamaban para un papel importante te ganabas $1.000, si el papel era secundario $750 y así. No preguntabas nada. La asistente llegaba con el cerro de libretos hechos en esténcil, te entregaban un libreto y te decían:
–Esta noche ensayo a las doce.
–¿Y qué vamos a hacer?
Romeo y Julieta. Tú eres Julieta. Letrica aprendida, ¿no?
Y se iba y tú quedabas: “¡Me morí!”. Eran las once de la mañana y empezabas a estudiar desde ese momento. A las doce de la noche llegaba el director, que podía ser Bernardo Romero Lozano y decía: “Cámaras, sonido, listo. Mañana ensayo con cámaras”. Y luego repetía: “Hoy les perdoné algunas equivocaciones, pero mañana letra aprendida”. Llegabas a la casa a hacer maromas. Tuvimos un compañero que se llamaba Arturo Urrea que partía el libreto en pedacitos y, en el piso, en una puerta, en un tomacorriente, ponía el pedacito de lo que tenía que decir. Era como un telepronter a su manera. Había otros como Julio Laurín que recibía el libreto e inmediatamente empezaba a copiarlo a mano y así se lo aprendía. Había muchas técnicas de nemotecnia para poder enfrentar eso. Así empezamos. Cuando llegó el apuntador nadie podía con eso.

¿Qué técnica utilizó para aprenderse los libretos en tan poco tiempo?
La más maravillosa: el miedo.

¿Cuál era el reto más grande de todos los que se presentaban en esa época?
Que te llamaran.

También hizo parte de Yo y tú, un programa de humor que paralizó a los colombianos por más de veinte años…
Fue tan fuerte esa comedia que iba los domingos a las 6:30 p. m. y la Iglesia le pidió a Inravisión que trasladara el horario a las 8:00 p. m. En esa época no era como ahora… Dicen que la gente no iba a misa por ver Yo y tú. Era una comedia costumbrista, protagonizada por Alicia del Carpio, a la que le decíamos Alicia del Garfio, una española que era la que actuaba y además escribía. Estercita Sarmiento de Correa, Consuelo, Pepe Sánchez, Guillermo Sandino, Franky Linero, hicieron parte del grupo. Hoy creo que dejamos huella.

¿Cómo llegó al cine?
Llegué al cine por Gustavo Nieto Roa y una película que se estaba haciendo en Cali que se llamaba Esposos en vacaciones. Esa vaina llevó como a ochocientas mil personas. Después de eso, Gustavo me volvió a llamar y así planeamos El taxista millonario. En esa época se hacía cine de una manera muy precaria; con una camarita de 16 milímetros, con todas las dificultades… Nadie sabe, pero esa película fue hecha con cámara en mano porque Gustavo tenía un pulso increíble.

¿En qué momento Gustavo Nieto Roa le echó el ojo para que protagonizara sus producciones?
Tenía 32 años y llegué a hacer un remplazo para Esposos en vacaciones y ahí quedé. Fue una relación maravillosa, vivíamos haciendo chanzas y gozándonos cada minutico.

Comenzó en la actuación desde muy joven y a escondidas de sus papás. ¿Cuándo supo que quería ser actor?
Siempre quise ser actor. ¿Por qué? No tengo ni idea. Nadie de mi familia estaba en ese cuento. Llegué a la Escuela Nacional de Teatro y allá me enamoré. Estudié con compañeros maravillosos. Era un montón de gente de muy buena calidad y eso me permite hoy en día pensar que en una escuela de teatro te enseñan de todo: a hablar, a respirar, a caminar, a moverte. Hay una sola cosa que no te enseñan: a actuar, porque eso es un talento intrínseco.

Consuelo Luzardo dice que lo que más recuerda de esos tiempos en la Escuela eran las zarzuelas que les montaba Jaime Manzur…
Jaime, que era nuestro profesor de danza, era feliz montando zarzuela; tan feliz que la más grande compañía de zarzuela que hay en América Latina es de Jaime Manzur. El profe nos ponía a bailar y nos vieras… Las entradas, los abanicos, aunque era de mentiras porque no eran producciones grandes, sí nos llenaban mucho de emoción.


Carlos 'el Gordo' Benjumea. Foto Archivo.
Con Pepe Sánchez fundaron el café concierto que llamaron El Circo. Él recuerda con gran cariño la obra No la descubras Cristóbal donde usted interpretaba a la reina Isabel…
Esa obra estuvo de martes a sábado en cartelera sin descanso durante cinco años. Todos los días. Nosotros la pasábamos maravillosamente. La gente se empezó a acostumbrar a ver teatro de cabaret, que es un sitio donde vas y ves teatro, tomas trago, comes y bailas. Un día alguien me dijo: “Usted no hace teatros para musas, sino para mesas”, y yo le respondí: “Prefiero para mesas y no para mozas”.

¿Cómo fue la experiencia con La Casa del Gordo?
La Casa del Gordo duró veinticinco años. Además de todo lo que ya teníamos, le metimos música clásica. A las 3:00 a. m. hacíamos otro show. Íbamos hasta las 4:30 de la madrugada. Durante esa época hice un seriado con una productora alemana en Girardot y ellos grababan de seis a seis. A las 4:00 a. m., cuando yo terminaba en Bogotá, me venía durmiendo en un taxi para llegar a grabar. Me maquillaban, me pintoreteaban, me estudiaba la letra y hágale hasta las 6:00 p. m. Ahí cogía el taxi, dormía una siesta, me duchaba, y entraba a escena. Así duré un año. Tenía que aprovechar la vida joven, hoy en día no puedo hacer esas maromas. La gente decía: “Nosotros venimos es a verlo a usted” y yo le respondía: “¿Y si van al Teatro Colón y Cristóbal no sale, qué?”.

¿Por qué dice que al negocio le cayó la roya?
A La Casa del Gordo le cayó de todo. Le cayó hasta la mafia. Nosotros estábamos primero en la carrera 9 con calle 24 y luego en la calle 90 con carrera 16. El caso es que poco a poco empezó a bajar la asistencia de público por la época de Escobar. Recuerdo un día que estaba todo reservado, pusieron una bomba y no llegó nadie. La nómina era costosa, tocaba pagar impuestos, y llegó el momento en que no aguantamos más. Nos costaba un millón de pesos día y teníamos que vender de ahí en adelante para poder ganar.

Hablemos de ese espíritu emprendedor que hizo brillar a Coestrellas…
La idea inicial era hacer una empresa productora de cine, pero terminamos enredados con el cuento de la televisión. Empezamos con Jorge Ospina, Gustavo Cárdenas y Bernardo Romero. Cuando llegó Romero, remodeló la propuesta y estando en esas dijo: “Nos falta un tipo que pegue, hablemos con Pacheco”. Le dijimos que se saliera de RTI y se viniera con nosotros, ¡toda una aventura! Salió el primer pliego de licitación que decía: “Solo podrán licitar las empresas que tengan más de dos años de funcionamiento”. Ese punto había sido puesto para sacarnos porque estábamos nuevos. ¿Quiénes tenían más de dos años? Caracol, RCN, RTI, Punch, Julio Sánchez… Los que eran. Gustavo dijo: “¿Y ahora qué hacemos?”. Resulta que yo hacía como ocho o nueve años había montado con mi mujer una empresa por si necesitaba algo. Ahí se podía hacer circo, televisión, cine, teatro, maromeros; entonces me acordé. Hablamos con ella para que nos vendiera a cada uno un 25 % de la empresa y así nació Coestrellas. Bernardo recalcaba: “A mí lo único que no me gusta de esta empresa es el nombre” y dijimos: “Dejémoslo así luego lo cambiamos”. Llegamos a la licitación y cuando dicen Coestrellas nos paramos los cinco pendejos. Todo el mundo dijo: “¡Qué nombre tan maravilloso!”. Y se quedó así de por vida. Es la primera vez que cuento el cuento.

¿Lograron ganarse la licitación?
Sí, nos dieron teleteatro los jueves, una comedia el martes a las 2:00 p. m. De castigo nos dieron un infantil y un programa el sábado de 2:00 a 4:00 p. m. El sábado metimos Sabariedades, en infantil hicimos Ver para aprender, y la comedia terminó siendo Dejémonos de vainas.

¿Es cierto que Ver para aprender se hizo sin libretos?
Ver para aprender fue un éxito. Era la historia de un científico que se había ido a vivir al campo. Había un campesino que le llevaba la cuajada, la leche, la gaseosa, y le llegaba todos los días con un cuento diferente. Le decía: “Doctor, me vine pensando en el bus y vi una mosca volando y volaba dentro del bus y me puse a pensar: ¿Por qué la mosca no se da contra el vidrio de atrás?”. Ese es un problema físico bien complicado, y el tipo agarraba y lo explicaba como si yo fuera un niño. No teníamos libretos. Grabábamos una vez a la semana y hacíamos diez programas de una, porque tocaba entregarlo antes. El doctor don Mauricio decía: “Voy a explicar cómo funciona la computadora” y así lo íbamos preparando. Ese era el libreto. No teníamos unas líneas, sino la libertad de crear. En ese programa solo estábamos el pedagogo Mauricio Pérez, yo y un asistente al que Liz le decía MacGyver porque hacía de todo.


Carlos 'el Gordo' Benjumea. Foto por Juan Manuel Vargas.
¿Por qué se acabó Coestrellas?

Se acabó porque salió la libertad de canales y para que te dieran uno tenías que tener 98 millones de dólares. Esa plata no la tenían sino las dos chequeras más grandes: Julio Mario Santo Domingo y Carlos Ardila Lülle. Ahí no había nada qué hacer, igualmente duramos más de quince años.

Con Pacheco siempre se hacían bromas, ¿cuál fue la más pesada?

En un hotel de Cali, con toda la producción y la ayuda de una amiga, armamos un show para que Fernando [Pacheco] entrara a una habitación en calzoncillos buscando dizque a una vieja. Se empelotó, se metió a la cama, prendimos la luz y el que estaba en la cama era yo. El tipo se puso furioso, me echó la madre y se subió a la habitación de él; pero se le olvidó ponerse los calzoncillos, ¡se fue por todo el hotel en pelota! Otro día, también en Cali, nos dio por echarle jabón a una fuente y qué espumero, eso llegó la policía y todo. Nosotros estábamos medio jinchos y cagados de la risa.

¿En qué momento empezaron a decirle “Gordo”?

Cuando empecé a trabajar me dijeron gordito. Luego gordo. Luego gordo pendejo. A la medida que pasaron los años, gordo marica. Al final, gordo hijueputa. La cirugía para bajar de peso que causó tanta controversia en la gente, me la hizo un médico de Popayán. A mí me han hecho como 25 cirugías, pero ninguna estética. No hay posibilidad. Si me hicieran una estética, me deformarían. Fue por salud, aunque muchos no lo entendieron.

Desde hace cuatro años debe someterse a un proceso de diálisis, ¿por qué rechazó la posibilidad de un trasplante de riñón?

Es un lío grande. A veces lo deprime a uno, pero ahí voy. Tengo un riñón prestado en la Unidad Renal. Tomé la decisión de rechazar un trasplante porque cuando llegué la primera vez a hacerme el procedimiento, había una persona muy joven, de 17 años. Y no lo acepté porque ya tengo 73, ya he vivido mi vida, he tenido mis triunfos, mis fracasos y todas las oportunidades que quise. ¿Y ese muchachito? A lo mejor el mismo riñón nos servía a los dos y a mí con el nombre que tengo me iban a dar la opción de hacerlo primero, pero no me pareció honesto, no es justo. Él tenía en sus ojos la esperanza de vivir lo que yo había vivido.

¿Y qué opinó su familia al respecto?

Nada, ya me conocen.

¿Qué les dijo a sus hijos cuando todos le salieron con que querían hacer parte del mundo del espectáculo?

A todos les dije que este era el trabajo más difícil de la vida, el más criticado de la faz de la tierra. Uno puede esforzarse en todo, pero llega a la casa y la muchacha le dice a uno: “Lo vi esta noche y no me gustó”. Todo el mundo está encima de ti.

¿Ha tenido la oportunidad de compartir set con ellos?

En Hasta que la plata nos separe trabajé con Ernesto que era el antagónico de la novela. El más malo de todos y conmigo era perverso. Yo como personaje lo veía como un miserable y como hijo, maravilloso. Me tocaba dividir esas dos situaciones.

¿Cómo es su relación con sus nietos? Paola dice que usted es un niño más…

Hay una frase de Daniel Samper que lo resume todo: “Si yo hubiera sabido lo que son los nietos, no hubiera tenido hijos sino nietos”. Es lo más maravilloso, son mi mayor tesoro. Yo tengo cuatro nietos hombres y tres nietas mujeres. Soy su amigo y como amigo me comporto como tal. Yo juego con ellos, brincan en mi cama, se botan de una silla, van pa allá y pa acá; y yo los sigo.

Dicen que es difícil verlo bravo, ¿qué le saca el malgenio?

Las injusticias. A mí eso me parte. Y aquí hasta la justicia es injusta, es una justicia acomodada.

¿Cuál es su más grande sueño?

Sueño con ver mi película. Espero que se haga realidad. Ojalá no se frustre y me despierten a la mitad de la noche. ¡Tengo mucha emoción de que pase! Volví a ser un niño chiquito.




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