martes, 12 de septiembre de 2017

Guillermo Altares / La banalidad del mal en la ficción



La banalidad del mal en la ficción


Guillermo Altares
27 de octubre de 2007

El tratamiento del exterminio en obras de creación ha despertado enormes polémicas desde la serie Holocausto hasta La vida es bella y Las benévolas.
Elie Wiesel, superviviente de Auschwitz, premio Nobel de la Paz y autor de impresionantes testimonios -como La noche- que arrastran al lector a los confines del mal y de la muerte, escribió sobre la Shoah: "Todavía no hemos conseguido abordar ese tema. Se queda fuera de todo entendimiento, de toda percepción. Podemos comunicar algunos retazos, algunos fragmentos; pero no la experiencia. Lo que hemos vivido nadie lo conocerá, nadie lo comprenderá". Wiesel, como muchos otros supervivientes, ha dicho muchas veces que la ficción no podía ni siquiera acercarse a la esencia de la catástrofe de los judíos de Europa, como la definió Raul Hilberg. 
Maus
Art Spiegelman

La polémica se desató con la serie televisiva Holocausto, que a finales de los años setenta conquistó unas cuotas de audiencia espectaculares tanto en Estados Unidos como en la entonces Alemania Occidental. "Falsa, ofensiva y barata. Es un insulto para los que sobrevivieron. Lo que aparece en la pantalla no tiene nada que ver con lo que ocurrió", escribió Wiesel. La tragedia de la familia Weiss quizás era una serie barata y con seguridad ha envejecido muy mal. Sin embargo, provocó una auténtica conmoción en la sociedad alemana. La revista Variety recogió una encuesta que aseguraba que el 70% de los jóvenes de 14 a 19 años dijeron que habían aprendido más sobre la II Guerra Mundial en la serie que en el colegio. Holocausto quizás trivializaba, pero su labor didáctica, su capacidad para abrir los ojos a una sociedad que no quería ver, es enorme. ¿Merece la pena? No es la única pregunta que flota sobre esta cuestión.





Ya es imposible imaginar el Holocausto sin Littell ni visualizarlo sin Spielberg
'Shoah', de Lanzmann, es el trabajo más impresionante sobre la destrucción de los judíos

En realidad, lo más complejo resulta saber qué consideramos ficción. Maus, en el que Art Spiegelman relataba la historia de su padre, un superviviente polaco, es un cómic, ganador del Pulitzer, pero no deja de ser un tebeo, en el que los nazis son gatos y los judíos ratones. Su capacidad de evocación del dolor, su reflexión sobre lo que significa ser un superviviente, es gigantesca. Lo mismo ocurre con La decisión de Sophie, la novela de William Styron sobre lo que llama "la negra noche del alma humana cuando millones de inocentes sufrían y morían bajo la dominación total de los nazis". Pero en este caso es una pura ficción, como lo es Las benévolas, aunque la minuciosa reconstrucción de la realidad es impresionante. Nada de lo que se dice en la novela de Littell es falso; sin embargo, todo es imaginado.
La lista de Schindler, la película de Steven Spielberg sobre un alemán que salvó a cientos de judíos de las cámaras de gas, está basada en hechos reales, ¿es una ficción? La misma pregunta se puede plantear sobre Adiós muchachos, el filme de Louis Malle sobre dos niños judíos escondidos en un internado (y denunciados), que muchos consideran uno de los retratos más duros y veraces (es autobiográfico) de Francia bajo la ocupación.
En el caso de La vida es bella, no hay ninguna duda de que es una ficción, una locura del cómico italiano Roberto Benigni. Aquí la cuestión que se abre es muy diferente, porque el humor no parece el vehículo más adecuado para retratar el horror. Pero esta película alcanzó a públicos inmensos (se llevó el Oscar al mejor filme extranjero), a los que no llegaría nunca un documental como Shoah, de Claude Lanzmann, quizás el trabajo más impresionante que se ha hecho nunca sobre la destrucción de los judíos europeos. El relato de un peluquero que narra cómo le tocaba cortar el pelo a las víctimas que iban a ser enviadas a la cámara de gas, y que tuvo bajo sus tijeras a su familia mientras se preguntaba si debía contarles de verdad, es uno de los muchos horrores que contiene el filme de Lanzmann (que dura casi diez horas) que demuestra que la vida es cualquier cosa menos bella. ¿La banalidad de la ficción como la banalidad del mal de Hannah Arendt? El debate continuará. Lo que está claro es que ya es imposible tratar de pensar el Holocausto sin Lanzmann; pero tampoco es posible imaginarlo sin Littell ni visualizarlo sin Spielberg. -
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 27 de octubre de 2007

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